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Regla de 3 simple

 

Doodle de Google en homenaje al nacimiento de Mark Twain, autor de "las aventuras de Tom Sawyer"


Observa este capítulo de Tom Sawyer, relacionado con el Doodle



En caso de no poder ver el video, lee el capítulo 2 de las Aventuras de Tom Sawer que se llama "El glorioso pintor de brocha gorda" al final de este Post.


REGLA DE 3 SIMPLE




Hola. En esta ocasión, usaré la sagaz estrategia de Tom Sawyer para evadir el castigo que le impuso su Tía a Polly. En lugar de eludir la tarea completamente, ayudemosle a Tom, a repartir de manera justa el trabajo que implica pintar la valla entre él y sus amigos: Ben, Jimmy y Johny.

En este orden de ideas, sabemos lo siguiente:
1. Son 4 personas que pintarán la valla. 
2. El área de la valla la determinaremos con las dimensiones dadas, que son: 30 varas de 9ft de altura y supongamos que cada vara tiene 1ft de ancho. 

ft: pies, viene de feet en inglés. Pies es una medida de longitud inglesa.


Entonces, para saber exactamente qué pedazo de valla le corresponde a cada uno de los amigos, debemos dividir el área de la valla entre los 4.


S O L U C I Ó N

Para encontrar el área total de la valla, debemos encontrar el área de cada vara y luego multiplicarla por las 30 varas:
 

Así que, el área de cada vara es: 

ANCHO ∙ ALTO = 9ft ∙ 1ft = 9ft²



Entonces, el área de la valla es: 

(ÁREA DE LA VARA ∙ 30)  = 9ft²∙ 30 = 270 ft²

¡Si eran treinta varas de valla de nueve pies de altura y 1 pie de ancho. El área total de la valla era de 270 pies cuadrados!
 

Como las unidades de medida utilizadas en nuestro país son metros, no la unidad inglesa pies, apliquemos la regla de 3, teniendo en cuenta que 1 pie (ft) equivale a 0.3048 metros:




1. Establezcamos las equivalencias:


                 1 ft²        =    0.092903 m²

270 ft²   =   ?


Esta equivalencia se lee de la siguiente forma:

Un pie cuadrado equivale a 0.092902 m² ¿270 pies cuadrados, a cuántos metros cuadrados equivaldrán? 





2. Establezcamos una proporción:



            
Esta proporción se lee de la siguiente forma:

Uno es a 0.092902 como 270 es a X. ¿Cuál es el valor de X? 





3. Apliquemos la propiedad fundamental de las proporciones y resolvemos la ecuación que se forma:





            
La propiedad fundamental de las proporciones dice:

El producto de los extremos es igual al producto de los medios:







¡Si eran treinta varas de valla de nueve pies de altura y 1 pie de ancho. El área total de la valla era de 25 metros cuadrados!




4. Dividamos el área entre 4 y encontremos el reparto justo:


Área por persona: 25 ÷ 4 = 6.25 




¡A cada uno de los amigos le correspondía pintar 6,25 metros cuadrados!







Tomado de https://www.topimagenes.net/imagenes-de-tom-sawyer/


"El glorioso pintor de brocha gorda"

Mark Twain

Llegó la mañana del sábado y el mundo estival apareció luminoso y fresco y rebosante de vida. En cada corazón resonaba un canto; y si el corazón era joven, la música subía hasta los labios. Todas las caras parecían alegres, y los cuerpos, anhelosos de movimiento. Las acacias estaban en flor y su fragancia saturaba el aire.

El monte de Cardiff, al otro lado del pueblo, y alzándose por encima de él, estaba todo cubierto de verde vegetación y lo bastante alejado para parecer una deliciosa tierra prometida que invitaba al reposo y al ensueño.

Tom apareció en la calle con un cubo de lechada y una brocha atada en la punta de una pértiga. Echó una mirada a la cerca, y la Naturaleza perdió toda alegría y una aplanadora tristeza descendió sobre su espíritu.

¡Treinta varas de valla de nueve pies de altura! Le pareció que la vida era vana y sin objeto y la existencia una pesadumbre. Lanzando un suspiro, mojó la brocha y la pasó a lo largo del tablón más alto; repitió la operación; la volvió a repetir, comparó la insignificante franja enjalbegada con el vasto continente de cerca sin encalar, y se sentó sobre el boj, descorazonado.

Jim, salió a la puerta haciendo cabriolas, con un balde de cinc y cantando Las muchachas de Búffalo.

Acarrear agua desde la fuente del pueblo había sido siempre a los ojos de Tom una cosa aborrecible; pero entonces no le pareció así.

Se acordó que no faltaba allí compañía. Allí había siempre muchachos de ambos sexos, blancos, mulatos y negros, esperando vez; y entretanto, holgazaneaban, hacían cambios, reñían, se pegaban y bromeaban. Y se acordó de que, aunque la fuente sólo distaba ciento cincuenta varas, Jim jamás estaba de vuelta con un balde de agua en menos de una hora; y aun entonces era porque alguno había tenido que ir en su busca.

Tom le dijo:
-Oye, Jim: yo iré a traer el agua si tú encalas un pedazo.


Jim sacudió la cabeza y contestó:
-No puedo, amo Tom. El ama vieja me ha dicho que tengo que traer el agua y no entretenerme con nadie.
Ha dicho que se figuraba que el amo Tom me pediría que encalase, y que lo que tenía que hacer yo era andar listo y no ocuparme más que de lo mío..., que ella se ocuparía del encalado.

-No te importe lo que haya dicho, Jim. Siempre dice lo mismo. Déjame el balde, y no tardo ni un minuto.
Ya verás cómo no se entera.

-No me atrevo, amo Tom... El ama me va a cortar el pescuezo. ¡De veras que sí!

-¿Ella?... Nunca pega a nadie. Da capirotazos con el dedal, y eso ¿a quién le importa? Amenaza mucho, pero aunque hable no hace daño, a menos que se ponga a llorar. Jim, te daré una canica. Te daré una de las blancas.

Jim empezó a vacilar.
-Una blanca, Jim; y es de primera.

-¡Anda! ¡De ésas se ven pocas! Pero tengo un miedo muy grande del ama vieja.

Pero Jim era de débil carne mortal. La tentación era demasiado fuerte. Puso el cubo en el suelo y cogió la canica. Un instante después iba volando calle abajo con el cubo en la mano y un gran escozor en las posaderas. Tom enjalbegaba con furia, y la tía Polly se retiraba del campo de batalla con una zapatilla en la mano y el brillo de la victoria en los ojos.


Pero la energía de Tom duró poco. Empezó a pensar en todas las diversiones que había planeado para aquel día, y sus penas se exacerbaron. Muy pronto los chicos que tenían asueto pasarían retozando, camino de tentadoras excursiones, y se reirían de él porque tenía que trabajar...; y esta idea le encendía la sangre como un fuego. Sacó todas sus mundanales riquezas y les pasó revista: pedazos de juguetes, tabas y desperdicios heterogéneos; lo bastante quizá para lograr un cambio de tareas, pero no lo suficiente para poderlo trocar por media hora de libertad completa. Se volvió, pues, a guardar en el bolsillo sus escasos recursos, y abandonó la idea de intentar el soborno de los muchachos. En aquel tenebroso y desesperado momento sintió una inspiración. Nada menos que una soberbia magnífica inspiración. Cogió la brocha y se puso tranquilamente a trabajar. Ben Rogers apareció a la vista en aquel instante: de entre todos los chicos, era de aquél precisamente de quien más había temido las burlas. Ben venía dando saltos y cabriolas, señal evidente que tenía el corazón libre de pesadumbres y grandes esperanzas de divertirse. Estaba comiéndose una manzana, y de cuando en cuando lanzaba un prolongado y melodioso alarido, seguido de un bronco y profundo «tilín, tilín, tilón; tilín, tilón», porque, venía imitando a un vapor del Misisipi. Al acercarse acortó la marcha, enfiló hacia el medio de la calle, se inclinó hacia estribor y tomó la vuelta de la esquina pesadamente y con gran aparato y solemnidad, porque estaba representando al Gran Missouri y se consideraba a sí mismo con nueve pies de calado. Era buque, capitán y campana de las máquinas, todo en una pieza; y así es que tenía que imaginarse de pie en su propio puente, dando órdenes y ejecutándolas.


-¡Para! ¡Tilín, tilín, tilín! (La arrancada iba disminuyendo y el barco se acercaba lentamente a la acera.) ¡Máquina atrás! ¡Tilínlinlin! 

(Con los brazos rígidos, pegados a los costados.) ¡Atrás la de estribor!
¡Tilínlinlin! ¡Chuchuchu! .... (Entretanto el brazo derecho describía grandes círculos porque representaba una rueda de cuarenta pies de diámetro.) ¡Atrás la de babor! Tilín tilín, tilín!... (El brazo izquierdo empezó a voltear.) ¡Avante la de babor! ¡Alto la de estribor! ¡Despacio a babor! ¡Listo con la amarra! ¡Alto! ¡Tilín, tilín, tilín! ¡Chistsss!... (Imitando las válvulas de escape.) Tom siguió encalando, sin hacer caso del vapor. Ben se le quedó mirando un momento y dijo:

-¡Je, Je! Las estás pagando, ¿eh? Se quedó sin respuesta. Tom examinó su último toque con mirada de artista; después dio otro ligero brochazo y examinó, como antes, el resultado. Ben atracó a su costado. A Tom se le hacía la boca agua pensando en la manzana; pero no cejó en su trabajo.

-¡Hola, compadre! -le dijo Ben-.Te hacen trabajar, ¿eh?
-¡Ah!, ¿eres tú, Ben? No te había visto.-Oye, me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero, claro, te gustará más trabajar. Claro que te gustará.

Tom se le quedó mirando un instante y dijo:
-¿A qué llamas tú trabajo?

-¡Qué! ¿No es eso trabajo? 

Tom reanudó su blanqueo y le contestó, distraídamente:
-Bueno; puede ser que lo sea y puede que no. Lo único que sé es que le gusta a Tom Sawyer.

-Oye, Tom: déjame encalar un poco.

Tom reflexionó. Estaba a punto de acceder; pero cambió de propósito:
-No, no; eso no podría ser, Ben. Ya ves..., mi tía Polly es muy exigente para esta cerca porque está aquí, en mitad de la calle, ¿sabes? Pero si fuera la cerca trasera no me importaría, ni a ella tampoco. No sabes tú lo que le preocupa esta cerca; hay que hacerlo con la mar de cuidado; puede ser que no haya un chico entre mil, ni aun entre dos mil que pueda encalarla de la manera que hay que hacerlo.

-¡Quiá!... ¿Lo dices de veras? Vamos, déjame que pruebe un poco; nada más que una miaja. Si tú fueras yo, te dejaría, Tom.

-De veras que quisiera dejarte, Ben; pero la tía Polly... Mira: Jim también quiso, y ella no le dejó. Sid también quiso, y no lo consintió. ¿Ves por qué no puedo dejarte? ¡Si tú fueras a encargarte de esta cerca y ocurriese algo!...

-Anda..., ya lo haré con cuidado. Déjame probar. Mira, te doy el corazón de la manzana.

-No puede ser. No, Ben; no me lo pidas; tengo miedo...

-¡Te la doy toda!

Tom le entregó la brocha, con desgano en el semblante y con entusiasmo en el corazón. Y mientras el ex vapor Gran Missouri trabajaba y sudaba al sol, el artista retirado se sentó allí, cerca, en una barrica, a la sombra, balanceando las piernas, se comió la manzana y planeó el degüello de los más inocentes. No escaseó el material: a cada momento aparecían muchachos; venían a burlarse, pero se quedaban a encalar.


Para cuando Ben se rindió de cansancio, Tom había ya vendido el turno siguiente a Billy Fisher por una cometa en buen estado; cuando éste se quedó aniquilado, Johnny Miller compró el derecho por una rata muerta, con un bramante para hacerla girar; así siguió y siguió hora tras hora. Y cuando avanzó la tarde, Tom, que por la mañana había sido un chico en la miseria, nadaba materialmente en riquezas. Tenía, además de las cosas que he mencionado, doce tabas, parte de un cornetín, un trozo de vidrio azul de botella para mirar las cosas a través de él, un carrete, una llave incapaz de abrir nada, un pedazo de tiza, un tapón de cristal, un soldado de plomo, un par de renacuajos, seis cohetillos, un gatito tuerto, un tirador de puerta, un collar de perro (pero sin perro), el mango de un cuchillo y una falleba destrozada. Había, entretanto, pasado una tarde deliciosa, en la holganza, con abundante y grata compañía, y la cerca ¡tenía tres manos de cal! De no habérsele agotado la existencia de lechada, habría hecho declararse en quiebra a todos los chicos del lugar.


Tom se decía que, después de todo, el mundo no era un páramo. Que para que alguien, hombre o muchacho, anhele alguna cosa, sólo es necesario hacerla difícil de conseguir.


Si hubiera sido un eximio y agudo filósofo, como el autor de este libro, hubiera comprendido entonces que el trabajo consiste en lo que estamos obligados a hacer, sea lo que sea, y que el juego consiste en aquello a lo que no se nos obliga. Y esto le ayudaría a entender por qué confeccionar flores artificiales o andar en el treadmill es trabajo, mientras que jugar a los bolos o escalar el Mont Blanc no es más que divertimiento. Hay en Inglaterra caballeros opulentos que durante el verano guían las diligencias de cuatro caballos y hacen el servicio diario de veinte o treinta millas porque el hacerlo les cuesta mucho dinero; pero si se les ofreciera un salario por su tarea, eso la convertiría en trabajo, y entonces dimitirían. 

Tomado de http://www.librosmaravillosos.com/tomsawyer/index.html





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